Ramón Lull y el simbolismo del Sello en Masonería: en busca de una racionalidad histórica y filosófica.



A los Queridos Hermanos Joaquín Villalta, Olga Vallejo Rueda y Víctor Guerra, 
y a la memoria del Querido Hermano Saúl Apolinaire.




     Una feliz sugerencia del Querido Hermano Joaquim Villalta me llevó a redescubrir un artículo del Querido Hermano Saúl Apolinaire relativo al símbolo rituálico del Sello. Este hecho, además de hacerme valorar los increíbles aportes que aún continúa haciendo el Hermano Apolinaire desde el Oriente Eterno a quienes seguimos en la búsqueda de los valores masónicos, me fue útil a los fines de vincular un posible origen filosófico sobre el símbolo del sello, más cercano al humanismo renacentista, que a la concepción pseudoreligiosa que, en el mejor de los casos, aún predomina sobre el mentado símbolo.

     El artículo del Hermano Apolinaire hace un repaso por antiguos rituales sobre la mención y uso simbólico del sello vinculándolo a cuestiones bíblicas que de este modo dotaban al sencillo acto de ingreso de un Hermano a una Logia (u recepción en otro grado) de una trascendencia que lo ubicaba en una línea de Tradición como elemento legitimador de la orden. 

Transcribo sus importantes conclusiones:

«Una primera conclusión, quizás algo apresurada, pero posible a la luz de la falta de otros elementos sería que la necesidad de dotar de una cierta trascendencia  a la sencilla operación de la recepción del aprendiz como "entrado" en logia, y queriendo dotarle de un corpus que les diera fuerza y respaldo en ese intento de ligar masonería y tradición  pues se dan diferentes acciones en función de que  aquellos masones de la segunda parte del siglo XVIII, mantenían muy vivas o no podían sustraerse a ellas, sus creencias cristianas o la leyenda de los orígenes caballerescos aún viva en el rito escocés con la consagración por la espada en el hombro del recipiendario.


Y el “ sellado” del hermano recién recibido o del ascendido, sería una transposición, una asimilación mejor dicho, de elementos de los ritos de ordenación de un sacerdote, en algún caso, casi transparente, reemplaza los oleos sagrados o el agua por el cemento, sobre ojos boca y oídos, que para mas detalle en alguna divulgación se dice que debían ser previamente lavados antes de ser recibido,  por los que se confiere al igual que en aquel caso una condición imborrable; en este la de masón.» (1)


    Como se ve, se sugiere que el símbolo ha sido tomado prestado de rituales vinculados al sacerdocio y al sello en cuestión como una especie de distintivo perenne de la cualidad de masón, extrapolado de su valor como sello sacramental en el alma de su portador. El vínculo religioso es, de ser así, innegable. No obstante lo cual, nos movemos dentro del terreno de las suposiciones y siempre dentro de un método comparativo que no satisface plenamente la fuerza probatoria requerida.

     Ciertamente, las ideas religiosas, cuando no vinculadas a la proliferación de órdenes caballerescas propias de las épocas de la Reforma y Contrarreforma, junto con esta ritualidad de tipo sacerdotal nos indican un posible vínculo, que pretende ubicar a la masonería, especie de orden tardía de la modernidad renacentista, dentro de una legitimidad proveniente de una tradición más imaginaria y mítica que real y documentada. Pero insisto, nos movemos siempre dentro de especulaciones comparativas.

     Pero ¿y si hubiera un fundamento de índole más filosófica que uno basado en una hipotética teoría del préstamo? ¿Si el simbolismo del sello nos remitiera más a una teoría del conocimiento y a una corriente ideológica precursora de la actual lógica simbólica que a una simple pretensión de legitimidad tradicional? 

      Quizá una punta de flecha en este sentido esté dado por este valioso texto de Ramón Lull, pensador que se inscribe dentro de toda una tradición ideológica precursora de la modernidad y cuya filosofía conviene repasar a los fines de notar una importancia no menor a estos fines:


«El sello que imprime las semejanzas de sus letras en la cera vierte su influencia en las semejanzas (similitudines influit) que no son e la esencia del sello. Pues el sello no pone nada de su esencia en la cera; pues las letras que están en el sello son de su esencia y no lo abandonan. De modo semejante, los signos y los planetas no transmiten a los cuerpos inferiores nada que sea sustancial o accidentalmente de sus propiedades y naturalezas esenciales; pero imprimen en ellos (o sea en los cuerpos inferiores) sus semeanzas que son las influencias que transmiten a los inferiores. Y esas influencias pasan de la potencia al acto desde las cualidades de las sustancias interiores, a través de las sustancias superiores. Como el sello hace pasar de la potencia al acto en la cera las semejanzas de sus letras. Y las semejanzas o influencias que son transmitidas desde los superiores son las semejanzas de bonitas, magnitudo, y de los otros principios del cielo, que mueven a las sustancias inferiores de tal manera que se convierten en acto en esas letras que contienen dentro de sí en potencia. Como el Sol, que por su mayor esplendor, en el verano multiplica el mayor calor en fuego; y como la Luna, que por su crecer y menguar hace crecer y menguar las fuentes, los ríos y la menstruación de las mujeres.» (2)


     Este texto, además de vincular el origen de la presencia de signos astrológicos dentro de ciertos templos «escocistas» con la complicada teoría elemental de Lullio más que con supersticiones actuales sobre los mismos,  nos introduce a la importante cuestión de la teoría de los símbolos y su efectividad gnoseológica. 

     Dicho de otro modo, nos indica que un símbolo (en este caso un sello) no transmite sus cualidades esenciales sino simplemente sus semejanzas. Y es cuando entramos a hablar de semejanzas en donde nos adentramos en materia de comparación y relaciones basadas en la analogía que posibilita una manera inductiva de argumentar a través de la comparación de realidades parcialmente iguales y parcialmente diferentes. Es ésta una de las propiedades esenciales de un símbolo sin la cual carecería no sólo de efectividad sino de razón de ser.(3)


     Entiéndase que el texto pertenece a un religioso del S. XIII en donde era absolutamente desconocida toda lógica simbólica, por lo que puede ubicarse a este texto (en conjunto con el pensamiento luliano fundado en las tres figuras fundamentales de la geométría: triángulo, cuadrado y círculo) como un antecedente fundamental en la aparición de dicha lógica. (4)


     Si se quiere reemplazar en el texto el término «cielo» por el de «ideas» no costará entrever el trasfondo neoplatónico del texto, dentro de cuya corriente (aunque de un modo tardío) abreva la filosofía masónica.

     Es claro en el texto que por un lado tenemos las propiedades propias de la materia (esencia del sello) y por otro lado las propiedades inmateriales que el mismo transmite (semejanzas) provenientes de las ideas de bonitas, magnitudo «y de los otros principios del cielo, que mueven a las sustancias inferiores de tal manera que se convierten en acto en esas letras que contienen dentro de sí en potencia».

     En el pensamiento luliano, bonitas, magnitudo, Duratio, Potestas, Sapientia, Voluntas, Virtus, Veritas, Gloria, etc, (representados en sus esquemas lógicos con las letras A,B,C,D,E,F,G,H,I,J,K) constituyen atributos divinos absolutos, emanaciones de Dios, ideas del mismo, en tanto que el método simbólico con que Lulio los aborda constituye lo que él denomina «Arte», cuya letra central es la famosa A que tantas supersticiones metafísicas han despertado en quienes desconocen el complejo arte lógico luliano, basado en el Arte de la Memoria, y que se traduce en una trilogía: Essentia, Unitas, Perfectio.


    Como se ve, el Sello se erige así en una representación tangible de una concepción neoplatónica de un proceso de inducción lógica a través de la teoría de las semejanzas que caracteriza el orbe simbólico y que por lo tanto, filosóficamente, no extraña su presencia dentro de la ritualidad masónica, aunque pase tan desapercibido como su razón de ser.

      La teoría del Querido Hermano Apolinaire, aún cuando se base en una aproximación comparativa con las órdenes de caballería y sacerdotales, destaca el hecho innegable de que la masonería moderna siempre estuvo preocupada por una legitimación basada en pretendida tradición más mítica que real en términos genealógicos, y que por tanto la presencia del simbolismo del sello no sería ajena al simple préstamo autolegitimante. 

      No obstante, y aún de modo simultáneo, una raíz filosófica vinculada al neoplatonismo en boga, con particular acento en el desarrollo de una teoría del conocimiento basado en procedimientos lógico inductivos como el que caracteriza la ritualidad de la masonería moderna, parece indicarnos una profundidad mayor en la adopción de determinados símbolos, ya sin un cariz religioso y más volcado a un secularismo acorde al antropocentrismo moderno que desmontó las vetustas estructuras mentales medievales. El texto luliano en cuestión, aun acuñado en las postrimerías del medievo, es una referencia obligada en este proceso y particularmente esclarecedor en lo que al simbolismo del sello se refiere.


     Los golpes rituálicos en la espada del Venerable Maestro ubicada por sobre la cabeza de quien ingresa a la Orden constituye el modo de sellar su cualidad de masón, estimulando de un modo sensible el Arte de la Memoria aún cuando, en mi opinión aquí desarrollada, remite de un modo misterioso a un contenido mucho más profundo cuyo develado corresponde al estudio de la filosofía en que se inscribe la formulación de la moderna francmasonería.

     En este caso, se hace evidente la necesidad de abordar un estudio interdisciplinario del origen rituálico de la masonería que contemple no solamente aspectos histórico-comparativos sino también marcos filosóficos del proceso histórico en el que se inscribe su génesis. No parece ser una tarea sencilla, pero es el único modo de encarar honestamente nuestra identidad de masones sin caer en supersticiones metafísicas generalizadas.

     Ya para finalizar y más allá de lo aquí discurrido, debo el ensayo de estos párrafos y el empleo de este tiempo a las ideas despertadas por el interesante artículo del Querido Hermano Saúl Apolinaire, que con sus trabajo sigue dando pruebas de la verdadera inmortalidad del espíritu. Quizá valga repetir aquí aquellos versos de Quevedo:

"Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos."



(2) Vid. Yates, Frances, Ensayos sobre el Arte de Raimundo Lulio, en: Ensayos Reunidos, I, Lulio y Bruno, Ed. FCE, México, 1996, pág. 41.-
(3) De allí que el símbolo, si bien es convencional, debe guardar una cierta analogía con la idea que pretende transmitir. Una escuadra transmite más, por esta relación inductiva, una idea de rectitud que, verbigracia, una maceta.
(4) Frances Yates resalta este hecho al afirmar: «Hay sin embargo señales hoy en día en el sentido de que el Arte Luliano está despertando algún interés como posible antecedente distante de la moderna lógica simbólica». Vid. Op. cit., pág. 27 in fine.
(5) Aún cuando se pretenda relacionar a las órdenes de caballería con la masonería simbólica o con el desarrollo ulterior de los algos grados, el papel de Ramón Lull parece ser indispensable en su fundamentación filosófica. Sin embargo sorprende ver cómo su «Libro de la Orden de la Caballería» sigue siendo ignorado en las referencias sobre la materia.
   








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