Del Símbolo a la Figura, a propósito de la Divina Comedia.


A mis Hermanos del Gran Oriente Federal de la República Argentina.


            La lectura de la Divina Comedia me remitió a algunas consideraciones de Ángel Crespo[1] que, en materia de simbolismo, me ha parecido importante apuntar en orden a la cabal interpretación del simbolismo masónico. Particularmente, he hallado una importante contribución al analizar, dentro de la metáfora, el papel de las “figuras’.
           
            Para este comentador de la Commedia dantesca existen cierto tipo de símbolos convencionales que, cuando están dotados de una personalidad histórica y no abstracta (aunque sin perder su carácter de convencionales), conforman un tipo especial de metáfora denominado “figura”. Tienen la particularidad de que, como dijimos, aun  convencionales, actúan en el marco literario dentro de un plano realista desde que reaccionan a las diferentes situaciones que se van presentando con comportamientos típicamente humanos, desde la ternura, la paciencia, la ira, la inquietud e incluso el miedo. Todavía más, su ubicación dentro del esquema dantesco depende únicamente de aquella virtud o defecto que le ha caracterizado en su realidad histórica, prescindiendo de otras connotaciones personales. Así se ubicara en el infernal Circulo de los Glotones a Ciacco dell’ Anguilliaia[2], conocido por su Gula, sin otra consideración a otras virtudes o defectos de su existencia real o legendaria (que seguro ha de haberlos tenidos). Y es que, como nos dice Crespo, “para ser figura de alguien o de algo basta con un acto o una circunstancia lo suficientemente claros como para que se pueda fundamentar esta especie de paralelismo.”

            Nada nos cuesta vincular estas figuras dantescas, en cuanto a su tratamiento, con lo que sucede habitualmente en materia de personajes de la vida histórica de nuestros países devenidos en próceres, sin consideración a sus defectos particulares, y que en muchos casos han sido objeto de diversas apoteosis, como la que se puede apreciar de George Washington en la cúpula de la Biblioteca del Senado en los Estados Unidos.


            Para el simbolismo masónico, la figura se inscribe dentro del proceso de formación pedagógica del mundo de representaciones ideográficas, que comienza con la consideración de los símbolos, para integrarlos luego en los emblemas y dotarlos finalmente de sentido vital en los mitos con que se cierra el corpus teórico de los grados simbólicos. Todo esto sea dicho sin ignorar que el mito se encuentra siempre presente en los grados simbólicos, de un modo sugerido por la leyenda salomónica. Esta sugerencia  puede observarse, verbigracia, en el escocismo, en donde la apertura del libro sagrado suele coincidir con la referencia de la leyenda salomónica de la construcción del Templo para los dos primeros grados para pasar finalmente a asimilarse de un modo expreso en el tercer grado con aquella parte de la leyenda que no se encuentra en el texto bíblico pero que sin duda trasluce esta especie de metamorfosis del símbolo y del emblema en un relato vivo. En adelante, la coexistencia de todos estos elementos integrados permitirán una descodificación más cabal del sentido moral del plexo valorativo masónico, pero siempre a partir de aquel factor que ha permitido el progreso racional de la especie: las representaciones ideográficas, que los masones denominamos, no sin cierta vaguedad, simbolismo.

            Esto, que pareciera constituir un atributo propio de la tradición masónica, ha pertenecido a un sin fin de asociaciones humanas, bien de carácter religioso o filosófico. No obstante, pocas instituciones lo han desarrollado de un modo tan sistemático como la francmasonería y este es un detalle que, no obstante, muchas veces es pasado por alto o no valorado en su justa medida. Sin aportar un dato nuevo, baste mi intención de actualizar en nuestra conciencia masónica el valor racional y pedagógico del método sistematizado por el simbolismo de la Orden.


            Para finalizar, y a modo de anécdota, Crespo refiere aquella vieja disputa entre quienes consideran que los Adeptos de Amor, misterioso grupo al que perteneció Dante Alighieri, constituían una sociedad secreta y esotérica o bien un simple grupo con coincidencias estilísticas sin segundas intensiones. El glosador se inclina, con cierto énfasis ideológico, por esta última alternativa pero sin negar que lo que caracterizaba a los Adeptos era su propensión a interpretar de un modo simbólico los relatos del Antiguo Testamento. La celebérrima carta de Dante al Cangrande Della Scala en la que explica el sentido de la Commedia constituye la apretada síntesis de este propósito, de la que la masonería se hará eco particularmente en el grado de Maestro y en el desarrollo ulterior de las leyendas de los altos grados a través del el uso (y abuso) de la figura como recurso metafórico. Por lo dicho, y a riesgo de ser poco original, no parece sobreabundante transcribir la parte relevante de aquella misiva dantesca:

“… el sentido de esta obra no es único, sino que puede llamársela polisémica, es decir, de muchos sentidos; en efecto, el primer sentido es el que procede de la letra, el otro es el que se obtiene del significado a través de la letra. Y el primero el llamado literal, y el segundo alegórico o moral o anagógico. Y puede examinarse esta manera de exponer, de modo que se vea mejor en estos versos: ‘Al salir Israel de Egipto, la casa de Jacob, de un pueblo bárbaro, se convirtió Judea en su santificación e Israel en su poder’ [Salmo 114 (115)]. Si miramos tan solo a la letra, nos es significada la salida de los hijos de Israel de Egipto en tiempos de Moisés; si a la alegoría, nos es significada nuestra redención realizada por Cristo: si al sentido moral, nos es significada la conversión del alma desde el luto y la miseria del pecado al estado de gracia; si al anagógico, es significada la salida del alma de esta corrupción a la libertad de la gloria eterna. Y aunque se haya dado varios nombres a estos sentidos místicos, se pueden llamar todos, en general, alegóricos, en cuanto son distintos del literal o histórico. En efecto, alegoría viene del griego ‘alleon’, que en latín se dice ‘alienum’ o ‘diversum’.”






[1] Sigo en este caso, el estudio preliminar de Ángel Crespo de la Divina Comedia publicada en las Obras completas editadas por Editorial Aguilar, 2004.
[2] Aunque no es del todo seguro que el Ciacco del infierno dantesco se trate del poeta en cuestión.

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