Jean Bodin y la Francmasonería: a propósito de una lectura de Frances Yates.


      La siempre imprescindible lectura de Frances Yates llevó a mi imaginación al límite de vincular ciertas ideas de Jean Bodin con ciertos tópicos masónicos. Se podrá acusar a mi imaginación, típicamente masónica, de ver todo en clave del Arte (y todo puede ser) pero tengo para mi que, siendo la francmasonería una institución cuya impronta ideológica proviene de las postrimerías del renacimiento, vaya a saber uno qué tan alejada esté la fantasía de la Verdad.

     La página 210 del Tomo III de los Ensayos Reunidos, editado por el Fondo de Cultura Económica, da cuenta de la reseña que Yates realiza del Colloquium heptaplomeres de rerum sublimium arcanis abdictis (Coloquio de los Siete  sobre secretos de lo sublime). En esta obra Bodin trasluce el ideal de tolerancia a través de siete coloquios sobre lo Sublime que son llevados a cabo por siete imaginarios personajes: Coronaeus, un católico romano; Federicus, un luterano; Curtius, un calvinista; Toralba, partidario de la religión natural; Senamus, que acepta todas las sectas; Salomón, un judío y Octavius, un musulmán. Como se puede apreciar, no hay ateos en estas reuniones y en cada uno de los coloquios, cada orador expresa con total franqueza sus ideas religiosas sin que exista ninguna disputa sobre las mismas. Las reuniones terminan con el canto de salmos en perfecta amistad.

     Transcribo dos párrafos del análisis de Yates:

    “A cada uno de los Siete se les atiende con tanta justicia, que el lector, desacostumbrado a escuchar su propio lado junto con el opuesto, puede preguntarse a quién debe seguir,  y esto es sin duda intencional. Puede uno seguir a quienquiera con tal de que sea tolerante con los otros y se una a ellos en salmos e himnos. ¿Cuál de los Siete era el favorito del propio Bodin? Ha habido varias opiniones sobre esto. El difunto Pierre Mesnard creía que era el católico, que convocó la asamblea y en cierto modo la preside. Otros han argumentado a favor de Toralba y la religión natural. Podría argumentarse a favor del musulmán, que, a diferencia de los cristianos, no persigue (Octavius en realidad es un cristiano convertido al Islam).

     Algunos lectores de esta traducción podrían decidir que es Salomón, el judío, el que parece tener más autoridad. Cuando todos los demás han defendido sus puntos de vista, esperamos escuchar lo que dirá Salomón, y sale a colación con mucha claridad y fuerza, muy seguro de su profundo conocimiento de la Ley y de su interpretación mística de la Cábala. Por mucho que los demás puedan estar en desacuerdo, se remiten a él y a su habilidad de clarificar las mayores dificultades de los altares secretos de los hebreos. A medida que se lee y relee el libro se percata uno más y más claramente de que su tema central es la Ley, la sagrada Ley dada por Jehovah a los judíos por intermedio de Moisés, recogida en las escrituras hebreas y de la que derivan la cristiandad y sus diversas sectas, y el Islam. El punto de contacto entre ellos es la Ley, expuesta en su pureza por Salomón, junto con la interpretación cabalística de sus misterios.”[1]


     Pues bien, al intentar trazar un paralelo con el Arte Real nos encontramos con interesantes cuestiones que, a mi juicio, merecen tenerse en cuenta; aunque no quiero avanzar sin calmar definitivamente las conciencias timoratas: no hay intención alguna de hacer pasar a Bodin por un francmasón, sino entender el proceso de formación ideológica de la francmasonería moderna en la que las ideas de Bodin pueden haber tenido una relación mediata a través de la formación de la cosmovisión renacentista de la tolerancia.

     En primer lugar – inevitable – tenemos que referirnos al número de los reunidos, que no nos es ajeno a quienes integramos logias justas y perfectas. La respuesta no parece estar muy lejos del texto analizado y parece encontrar sus antecedentes en cierta obra del S. II d.c., muy cara al pensamiento neoplatónico: los Oráculos Caldeos, cuya influencia para ser decisiva. En esta obra se menciona los siete cuerpos celestes conocidos (junto a las estrellas fijas) pero el papel de los mismos no parece limitarse a una mera cuestión de observación astronómica, tal como hoy la pensamos. En honor a la verdad, ya en el Timeo y en la República de Platón se afirmaba que estos cuerpos celestes tenían vida propia, y hasta Santo Tomás de Aquino especulaba sobre su posible naturaleza angélica o, al decir de Robert Fludd, al menos estaban presididos por ángeles (que a su vez estaban formados por la parte más refinada de los cuatro elementos, y que podían ser buenos o malos). Esta tradición angélica vinculada a los cuerpos celestes conocidos en la época y el número de participantes en el Colloquium no parece ser casual. Y si bien “comparación no es razón”, en ausencia de otra explicación plausible no puede sino conservarse, aunque con la debida prudencia de su formulación temeraria. Marion L. Kuntz, al contestar a Yates sobre su insistencia en la demonología de Bodino el Colloquium, nos da otra pista:

     “En la conclusión del Libro II, Toralba advierte a sus amigos que el origen de los demonios, su lugar y condición parecen muy alejados de las pruebas positivas, pero que el conocimiento científico oculto venía desde los caldeos en cierta disciplina oculta llamada Cábala. La cuestión aquí es que la orientación del Colloquium no es demoníaca. Más bien las conversaciones sobre los ángeles y los demonios proporcionan un locus ex quo para desplegar el tema fundamental de la armonía universal, que encuentra gran parte de sus fuentes en la Cábala.”[2]

     La pista caldea enlaza ahora con la cábala. Y es que, despierte simpatías o no, la fuerte cosmovisión hermético-cabalista del renacimiento es un dato que no puede subestimarse ni desconocerse. Y será motivo de grandes disquisiciones indagar si, como concreción tardía del renacimiento, la masonería fue legítimamente tributaria de dicho pensamiento o si, de un modo ascéptico, las connotaciones neoplatónicas subyacentes en el pensamiento hermético-cabalista poco o nada tuvieron que ver en la formación originaria de su rituálica. Sea este el caso para proponer como punta de indagación si el número de Maestros en una logia justa y perfecta encuentra como fuente mediata de su razón de ser esta cosmovisión, al modo que la encontró en el Colloquium de Bodino. Incluso más, de ser así, cabe indagar si la masonería fue tributaria de estas concepciones no por su valor intrínseco sino, como Kuntz afirma respecto de la demonología en el Colloquium, como un locus ex quo a partir del cual las logias francmasónicas pudieran alcanzar ese latitudinarismo que caracterizó la francmasonería moderna de Anderson como respuesta definitiva a los desencuentros político-religiosos de su época.

     Nótese que, a partir del periodo fundacional de la masonería andersoniana, existirá un gran ímpetu por barroquizar los rituales simples de aquel rito inspirado en el “Mot du Maçon” y, con alguna coherencia ideológica aunque de un modo sesgado y anárquico, se formarán distintos ritos que incorporarán, a veces abusivamente, elementos hermético-cabalistas privilegiando de un modo cercano al fanatismo la construcción de verdaderas ideologías teúrgicas por sobre el noble y esencial principio de construir la armonía entre hombres de pensamientos y costumbres muy diversos; es decir, privilegiando un esquema gnoseológico e ideológico formal por sobre la noción de un centro de unión vinculado a la praxis. El análisis de este Colloquium Heptaplomeres no puede sino movernos a estas reflexiones.

     Pero si el número de oradores nos proporciona estas pistas, un dato más, señalado agudamente por Yates, puede ahondarnos mucho más en la reflexión: no hay entre ellos ateos. Y entiendo que no los hay por la misma razón que tampoco hay politeístas. Se trata de una disertación entre monoteístas europeos del S. XVI que viven una realidad de enfrentamientos políticos-religiosos y que encuentran en el diálogo tolerante un modo de encontrar cierta unión en la diversidad. Se trata de aquella nueva política que será motivo de anatema por la Iglesia Católica hasta el Concilio Vaticano II[3] y que está en la base ideológica de las condenas papales a la francmasonería. La nueva política vaticana postconciliar quizá ha debido revisar su magisterio y, a veces de un modo polémico, como en el poco feliz discurso de Benedicto XVI del 17 de Septiembre de 2006 en Ratisbona, reconfigurar su imagen intolerante hacia una visión postconciliar en donde se erija a sí misma como líder el pensamiento monoteísta occidental, tolerante y dialoguista.[4] Evidentemente, el Colloquium Heptaplomeres de Bodin constituye una profecía del giro moderno en materia de política religiosa que recién ahora comienza tímidamente a concretarse. No obstante, la francmasonería moderna de Anderson quizá haya ido más allá y haya convocado a una unión política más omnicomprensiva que la del Colloquium. Hoy en día se encuentra suficientemente documentado que la exclusión andersoniana de los “estúpidos ateos” de la Orden debe entenderse como una exclusión de quienes son “impermeables a la luz de la razón”, al decir de Charles Porset[5] y no de las otras formas de ateísmo que el Pastor John Weemse enumeraba en su obra “A Treatise of the Horno Degenerate sonnes viz (sic = with) the Atheist, the Idolater, the Magicians and the Jews” (London, Thomás Cotes, 1636) y en la cual Anderson se basó para redactar las Constituciones de 1723. La razón de esta amplitud de comprensión quizá se debió al avance de las ideas europeas (particularmente inglesas) entre los años finales del S. XVI y el S. XVIII que vieron incursionar en la cosmovisión intelectual de la época el nuevo fenómeno del ateísmo racional, como el propiciado por John Toland. A la luz de esta cosmovisión más amplia quizá deba leerse el Panteisticon de John Toland, al que Margaret Jacob ubica en los antecedentes obligados de la rituálica masónica, aunque sin aportar otras pruebas que su sola semejanza.

     Un aporte más que la lectura del texto ha brindado a mi imaginación: el libro de la Ley y su nexo con la ciencia. Afirma Frances Yates que la actitud de Bodin frente a las leyes naturales es que éstas se encuentran escondidas en la ley divina y pueden sacarse de las Escrituras gracias a la interpretación cabalística. Indica que Toralba expone un camino hacia Dios a través de la naturaleza, y tanto él como Salomón hablan de la revelación de la naturaleza en las Escrituras: “Los tesoros ocultos de la naturaleza están escondidos, dice Salomón, en la Ley de Dios, y el Decálogo es un epítome de la ley natural. Así para Bodín, la ciencia es en realidad ley natural, y la ley natural es la misma que la Ley Divina enseñada en las Escrituras hebreas o está escondida en ella, y puede sacarse a la luz o revelarse en las Escrituras gracias a la exégesis cabalísitca.”[6] La idea de dos libros: el de la Revelación y el de la Naturaleza no es nueva y se remonta a San Buenaventura. Lo novedoso en la cosmovisión renacentista será la introducción en el ámbito de la élite intelectual europea de la Cábala como método de exégesis que vincule y explicite las relaciones entre aquellos dos libros que, merced a esta operación “mágica”, quedan subsumidos en uno: el Libro de la Ley. No obstante, la transición entre una ciencia vinculada a la magia hermético-cabalista propia del renacimiento y una visión de la ciencia despojada de operaciones mágicas, más de corte radicalmente racionalista, al tipo de la de Francis Bacon constituye un hecho cierto[7] que en la rituálica masónica ha dejado huellas que no siempre acertamos en vislumbrar. Quiero decir que es común entrever una simbología tributaria del pensamiento mágico renacentista y, al mismo tiempo y sin empacho alguno, encontrar en sus rituales visiones cientificistas que se ubican en las antípodas de aquella simbología. Dos posibles respuestas a este notable hecho. La primera tiene que ver con la imposibilidad de hacer una exégesis de la rituálica simbólica de la masonería prescindiendo del necesario hilo de Ariadna, que a estos efectos se traduce en una lectura histórica de su formación. La falta de esta exégesis histórica puede llevarnos a una lectura errónea y caricaturesca de la francmasonería, al tipo de “El Péndulo de Focault” de Umberto Eco, tan tristemente vigente en muchas logias y ritos. Pero si nos ajustamos a una lectura correcta, muchos elementos de la simbología y de la rituálica masónica encontrarán un lugar preciso dentro de la lógica de su distribución genética. O, a la inversa, encontrarnos con dichos tópicos rituálicos será como toparnos con puertas que nos lleven a una comprensión totalizante de su sentido histórico, como pequeños alef borgeanos o, si se quiere, una foto total de un periodo de la historia comprendido entre aquellos años finales del S. XVI y el S. XVIII. Quizá esta magia sea mucho más poderosa que la que prometan los taumaturgos de ocasión.

     A modo ilustrativo, aún se conserva en los rituales de primer grado del Gran Oriente Federal de la República Argentina (cuyas fuentes históricas me encuentro en la tarea de rastrear) invocaciones al Gran Arquitecto del Universo destinadas a que los trabajos ejecutados sean conforme a la Eterna Ley. Una exégesis correcta de este expresión no puede vincularse a la Ley Natural ni remitirnos a Santo Tomás sin tomar en consideración el proceso histórico referido ni prescindir, al menos hipotéticamente, de una exégesis cabalista al tipo del que Salomón propone en el Colloquium. Insisto, se trata de una lectura destinada a la comprensión de los términos en sus límites históricos y filosóficos exactos y no una invitación a la Cábala.

     La segunda respuesta tiene como presupuesto la hipotética refutación de la contradicción entre una rituálica masónica inclusiva de ateos inmersos en un Libro Revelado por la Divinidad, omnicomprensivo de las Leyes Naturales y cuya lectura debe hacerse a través de lentes mágicos-cabalistas. Y sería una objeción definitiva si no tuviéramos en cuenta el hilo histórico y (aquí otro aporte de Yates) la “Pregunta de Needham”: “La pregunta que hace este gran estudioso es por qué la ciencia moderna se desarrolló en el Occidente y no en China, que en la Edad Media estaba científicamente delante de Occidente. Buscando una respuesta, sugiere que pudo haber sido porque la cultura china carecía de la idea de un dador celestial de la ley, esa idea tan profundamente arraigada en la tradición judeo-cristiana, y que, al desarrollarse como las leyes de la naturaleza, formó la base de los adelantos del S. XVII. Piensa que el punto de inflexión a partir del cual Occidente se adelantó a China, tuvo lugar entre Copérnico (1473-1543) y Kepler (1571-1630), que fue uno de los primeros que expresaron las lees de la naturaleza en términos matemáticos. Precisamente en ese punto entre Copérnico y Kepler es donde se sitúa Bodín.”[8] Nosotros podríamos agregar que en ese punto también se encuentra la génesis de la francmasonería moderna.

     Como quiera que se lea la historia, no es posible negar que el ateísmo racional no fue posible sino en la cultura cristiana occidental y es a partir de este dato, no menor, que se abrió paso una nueva exégesis que fue, poco a poco, dándole un nuevo valor a la rituálica y a la filosofía francmasónica. En este proceso tuvo no poca importancia el desarrollo de los estudios sobre el pensamiento mítico y simbólico, proveniente de ramas científicas como la antropología, la psicología, etc. Y es a partir de esta nueva exégesis en donde la francmasonería recobra su papel vital en el seno de las sociedades postmodernas reivindicando nuevamente su papel de centro de unión. El mismo Colloquium deja entrever esta nueva lectura mítico-alegórica cuando Salomón toma la historia de Adán y Eva como una alegoría de una victoria de la parte sensual del hombre sobre la parte intelectual.

     Estoy seguro de que el análisis del pensamiento renacentista puede esconder la clave para entender en sus justos límites una institución tardía de aquel movimiento histórico como es la francmasonería, e incluso brindar nuevas herramientas de estudio que revitalicen su particular método de trabajo. Pero fundamentalmente, que rescaten su mayor mérito y su esencia definitiva: el ser centro de unión de hombres que, sin esta institución, raramente se habrían encontrado. Si a estas ideas me ha llevado la imaginación al leer a Bodino a través de Yates, no puedo sino sentirme complacido y estimulado. Quiera el destino que el lector de estos párrafos encuentre una recompensa análoga al haber llevado su generosa paciencia hasta este punto final.





[1] Yates, Frances A., Ensayos Reunidos, III, “Ideas e Ideales del Renacimiento en el Norte de Europa”, Ed. FCE,  México, 2002, pág. 212/213.-
[2] Id., pág. 224.-
[3] Cfr. Encíclica Quanta Cura y Syllabus de Pio XI.-
[4] Vid. Anónimo, Contra Ratzinger, Ed. Debate, 2006.-
[5] Vid. el excelente artículo de Joaquim Villalta en la entrada del 10 de agosto de 2010 en su Blog Personal: http://racodelallum.blogspot.com.ar/2010/08/el-rito-como-vehiculo-de-propiedad.html
[6] Yates, op. cit., pág. 219.-
[7] Este proceso ha sido detalladamente descripto por Frances Yates en su genial obra: “El Iluminismo Rosacruz”.
[8] Yates, op. cit., pág. 220.-

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